Tan cerca de Dios y tan lejos de Estados Unidos
Cuando la sabiduría popular hablaba de las desgracias de México, se solía acabar diciendo "pobre México, tan cerca de EU y tan lejos de Dios". Gracias a López Obrador, eso ha cambiado

| A+ Ampliar |
A- Reducir |
A Normal |
Durante 200 años, cuando la sabiduría popular hablaba de las desgracias intrínsecas y genéticas de México, se solía acabar diciendo "pobre México, tan cerca de Estados Unidos y tan lejos de Dios". Gracias a Andrés Manuel López Obrador, eso ha cambiado. Él, que es un ser creyente, que habla de una versión libre adaptada de un Jesucristo –que ignoro si ya sucedió el Concilio Vaticano Tercero o no–, nos ha unido en su mensaje espiritual. Nos ha unido en un camino donde el país, las desgracias, la suerte y las creencias nos acercan más a Dios y, según él, afortunadamente nos alejan mucho de los Estados Unidos de América. Estamos bien con Dios, estamos mal con nuestros vecinos del norte. No los queremos. No los necesitamos. Da igual que sean nuestro primer socio. No importa que se coman todos nuestros aguacates, tomates y demás productos nacionales. Dan igual las cadenas de automontaje.
La fuerza de los pobres, colocar en un puesto privilegiado a los que ya no pueden dar desarrollo a tu país porque su vida se acabó –es decir, a los jubilados– y a los jóvenes –que su vida no ha terminado de desarrollarse–, nos va a posicionar en ser un país que tendrá muchos temas por resolver. Nos colocará como un país que en el futuro desconozco cuál sea su Producto Interno Bruto, sus principales motores de la economía y sin saber cuántos miles de dólares serán necesarios para salir adelante. Aunque, desde luego, lo que sí puedo asegurar es que, a partir de aquí, cada mexicano podrá llevar una guarda con un corazón de Jesús al interior de su cartera, el mismo lugar donde antes resguardaba sus pesos, y que ahora está sufriendo por no tenerlos.
Hoy, toda América ha cambiado. La América del Norte, la de los ricos y poderosos y la que podría cambiar al mundo, está en crisis. Nuestra América, la que no habla inglés, la de Lula da Silva, la de Alberto Fernández, Daniel Ortega, Pedro Castillo, la de Andrés Manuel López Obrador y la de, por supuesto, Nicolás Maduro, sigue teniendo más hambre que hace 10 años. Además, nuestra América sigue acumulando fracasos, sigue teniendo una creciente y deficiente infraestructura social y económica que sea capaz de dar felicidad material e interna a sus pueblos. Sin embargo, nuestra parte del continente tiene la razón histórica y hemos conseguido no vendernos, ser soberanos y que nadie pueda decirnos qué hacer o tomar decisiones sobre nuestra precariedad. Nuestra hambre y nuestra crisis son nuestras y no las sacrificaremos ni venderemos por nada ni por nadie.
Apúntese bien la fecha, hoy es 11 de abril y uno de los grandes problemas que acompaña a la historia es que siempre todo pasa en días normales. Cuando el mundo se acabe no habrá un anuncio ni una preparación previa. Sencillamente se acabará, ya que escrito está en el comportamiento humano que, a más cerca de la catástrofe, más fuerte es el cierre de ojos por parte de los pueblos. Nadie quiere ni es capaz de ver su destrucción. Una cosa es que cuando esta destrucción empieza se tiene la capacidad de intuirla y las herramientas para denunciarla, y otra cosa es que, una vez que se consuma, se enfrenta y se puede saber que ha llegado un momento en el que, ya a partir de hoy, nada será igual.
En México tenemos una Constitución con más de 100 años de historia. Bueno, no se moleste en aprenderla. De cualquier manera, conocerla y aprenderla es inútil, ya que casi nunca se cumplió. Aunque, desde luego, en los últimos tiempos pretender cumplir con lo que dicta la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos significa ser un traidor a la patria. Mejor yo le aconsejaría que se vaya preparando para la Constitución, la que haremos y que no sé si será del mismo tamaño que la Constitución –que es capaz de llevarse en el bolsillo–, pero, desde luego, será una Constitución que emergerá del pueblo. De un pueblo que ni siquiera puede esclavizar los sistemas de cómputo donde se recaban los votos.
En México, no necesitamos árbitros. La bondad del pueblo es el árbitro. No necesitamos profesionales, la buena voluntad nos salvará. No sabemos a dónde vamos. El espectáculo que el 2 de abril el secretario de Gobernación y el comandante de la Guardia Nacional dieron en Torreón y en Hermosillo, será a partir de este momento lo normal. Esto no da otra imagen más que la unión indisoluble del pueblo de México con sus Fuerzas Armadas. Una unión que, además, no está prostituida ni por el dinero, ni por las leyes, ni por el orden. Es una unión que se consolida únicamente por el amor sin límite hacia quien es el líder único, el jefe máximo, nuestro mejor intérprete de la realidad y quien, mañana tras mañana, dicta el rumbo del país y presume todo lo bueno que tiene México.
No le voy a preguntar cuántos zapatos tiene el Presidente. Tampoco preguntaré cuántos trajes y corbatas tiene; yo creo y me gusta ver que el mandatario nacional tenga la dignidad que supone la encarnación presidencial. Lo que sí sé es que, mientras él –no por gusto, sino por obligaciones del guion– todos los días tiene que vestir una corbata de marca, a los demás nos desea contar con la vestimenta mínima e indispensable, además de buscar la manera de establecer un pacto con nuestra hambre. Y es que tiene que ser un hambre regulada y aceptada para lo que México te puede dar, no lo que tú puedas ganar. Lo que tú puedas ganar ha dejado de tener importancia; no te preocupes en intentar nada, eso es ser aspiracionista. Simplemente sigue el rumbo de tu vida y apúntate y recibe el regalo diario que el México liberador tiene para darte.
América tiene esperanza. México tiene un gobierno moral, sin aspiracionistas, sin gente que rinda culto a la materia y con un líder seguro de que, al final del día, ningún régimen –ni el ruso, ni el chino, ni el estadounidense– será capaz de doblegarnos. Antes de que eso suceda doblaremos y destruiremos los árboles de la selva maya y construiremos los pilares sobre donde pasarán los trenes, para después deshacerlos con la misma impunidad. Hemos llegado a un punto en que lo que importa no es el resultado, sino la intención. Y la intención de nuestro líder no solamente es liberarnos –cosa que ya ha logrado, ya somos libres y han dejado de importar nuestras necesidades–, sino que somos capaces de liberar al resto de la América que no habla inglés.
Deje de perder el tiempo y deje de intentar replicar lo que le enseñaron. Sus padres se equivocaron al mandarlo a la universidad, sobre todo en una época en la que no había tantas universidades "patito" como las que este régimen ha hecho. Es más, en esta administración lo que vale de los títulos es haber estudiado en sus universidades, no lo que usted haya aprendido.
Hemos sustituido la eficacia por la voluntad. Y es una voluntad –repito– que es capaz de vencer a cualquier imperio. Y como se descuiden los vecinos del norte, ellos también serán rescatados del cáncer de la materia y de ser un pueblo aspiracionista, sin valores morales y sin saber que lo primero que hay que salvar en los pueblos es a los pobres. Si además esos pobres no pueden dar nada, mejor, ya que así estarán en una situación incondicional de agradecimiento con quien los liberó. En el firmamento se funden las figuras de los Vladimir Lenin, los Fidel Castro y, por supuesto, detrás del primer y mejor revolucionario que el mundo ha tenido, llamado Jesús de Nazaret.
Hoy, me atrevo a decir que la sabiduría popular ha cambiado. Ya no estamos tan lejos de Dios, al contrario, estamos más cerca de él que nunca. Sin embargo, hace mucho tiempo que no estábamos tan lejos de los Estados Unidos de América.