Adiós a las armas y a las urnas
El acuerdo que se está negociando para acabar con la guerra tiene un gran perdedor: Putin y Rusia

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Los muertos de Ucrania, incluidos los rusos que han perdido la vida en este conflicto todavía latente, se siguen preguntando por qué están muertos. Rusia y Ucrania están –desde el punto de vista de valoración y funcionamiento como sistemas democráticos– empatados. De acuerdo con The Economist, Rusia está clasificado como un régimen autoritario y Ucrania como un régimen híbrido, sin saber bien a qué se refiere esto. Esta encuesta mide y toma en consideración cinco categorías fundamentales –dentro de las cuales, a pesar de que no está categorizado cómo sostener el mismo tipo de régimen, tanto el sistema ruso como el ucraniano son similares–, que son: procesos electorales y pluralismo, funcionamiento del gobierno, participación política, cultura política, y libertades civiles. En dicho índice también están incluidos países que son miembros y participantes tanto de la Unión Europea como de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, también conocida como la OTAN. Sorprende el hecho de que muchos de estos países mencionados son catalogados como democracias deficientes y son sólo contados los países que gozan de democracias plenas.
El acuerdo que se está negociando para acabar con la guerra tiene un gran perdedor: Putin y Rusia. El mandatario ruso fracasó en su intento por doblegar el espíritu nacional y la resistencia por parte de Ucrania. Ni los miles de soldados ni los tanques ni toda la tecnología ni capacidades militares rusas –que claramente eran superiores a las ucranianas– fueron capaces de vencer. Sin embargo, también hay otros perdedores de este conflicto. En esta guerra también perdió Occidente, ya que, no hay que engañarse, ni la OTAN ni los intentos por parte del presidente de los Estados Unidos para tener otra guerra fría han tenido el éxito que se esperaba.
Partiendo de la premisa de que Europa no puede subsistir sin los recursos energéticos de Rusia, este conflicto no tenía mucho espacio para la negociación ni para la interposición de intereses. Y es que uno de los factores que se ha sobrepuesto en esta disputa es la garantía y necesidad de mantener calientes los hogares de las sociedades europeas y el funcionamiento de sus industrias. Teniendo esto en consideración, la posibilidad de una cohesión política para plantar cara al desafío ruso sencillamente se esfumó.
Putin no calculó bien ni las ganas de ser independientes ni la bravura del pueblo ucraniano. Lo que sí calculó muy bien fueron las necesidades de comodidad que tiene Occidente –sobre todo los países más importantes de Europa– y el hecho absolutamente incuestionable de que Europa, la Europa que conocemos, la Europa que domina la Unión Europea y la OTAN, no tiene la capacidad de vivir sin el gas ruso.
Estados Unidos tiene que tener mucho cuidado, ya que, después de tantas guerras perdidas, no se puede embarcar –más que en casa o por necesidad– en otra guerra. Considerando la acumulación de destrozo interno que se está viviendo en territorio estadounidense, el país de la bandera de las barras y las estrellas sólo tiene la capacidad de embarcarse en un conflicto que, o bien tenga la seguridad de que saldrá victorioso, o que por lo menos cuente con el respaldo absoluto de sus aliados. Sin embargo, con unos aliados fragmentados y –en el fondo– en manos de sus enemigos, resultaba muy difícil embarcarse en una aventura bélica con la OTAN y con una serie de países que no iba a seguir, de ninguna manera, la batalla hasta conseguir el triunfo. Un triunfo también que, intrínsecamente, consistía en la defensa de los valores. Pero, ¿qué valores estaban defendiendo? ¿La democracia, el derecho inalienable de los pueblos a no ser aplastados con invasiones salvajes que terminen matándonos? ¿Qué estaban buscando preservar?
Al final del día, Putin es un perdedor. Europa ha perdido. La OTAN también ha sido derrotada. Y Joseph Biden –que he de reconocer que, desde el principio, tuvo una política implacable e impecable frente al peligro ruso– tampoco puede ganar, ya que sencillamente la realidad pesa demasiado.
Si en la Primera Guerra Mundial el final lo pudo escribir y reflejar Ernest Hemingway con su novela Adiós a las armas, esta situación actual se parece, en muchos sentidos, a las reuniones de Múnich, con el desfile de Chamberlain o con la garantía de que los Sudetes se incorporaran a Alemania para proteger a los alemanes de la zona. Teniendo esto en consideración, y en un panorama en el que un país como Turquía es el garante de la libertad y del funcionamiento democrático de otro país como Ucrania, este contexto es muy similar al que Hemingway reflejó en su novela publicada en 1929.
Se mire como se mire, ante toda esta situación no hay más que un ganador: China. Con un PIB per cápita de más de 10 mil dólares, la aplastante numerología da una victoria que además está cimentada en toda la solvencia y personalidad que tienen los gobernantes a la hora de dictar sus políticas. El mundo catalogado como libre hoy tiene una composición en la que, si se suman sus habitantes, es significativamente inferior a la que ostentan países como China, India o Rusia. Sólo estos tres países suman una población de casi 3 mil millones de habitantes, lo cual representa más de una cuarta parte de la población mundial. Además, estos tres países se caracterizan por lo mismo. Por ser unas democracias formales y por tener una ausencia de libertades. En estos territorios es la hegemonía del Estado frente al individuo.
Ucrania seguirá siendo formalmente libre, aunque sin dientes y sin armas. Pero es el único participante de esta guerra que tendrá algo que mostrar con orgullo, que es cómo se defendieron sus habitantes frente a la brutalidad rusa. Los rusos tendrán que mostrar que, o la siguiente vez echan mano a las armas nucleares y los misiles hipersónicos desde el inicio, o –por lo que se ve–, si intentan ocupar un país que tenga orgullo de sí mismo y conciencia, fracasarán y morirán como han muerto las tropas de Putin.
En este caso, ese adiós a las armas se traduce en un adiós a las urnas. Se acabó el éxito del triunfo en 1945 contra el sistema totalitario –que no era el único que había en esa batalla– de Adolf Hitler y sus amigos. En ese momento también había triunfado el sistema totalitario de Joseph Stalin. Ahora, con tanta tecnología, tanta dependencia y con unos pueblos tan poco acostumbrados al sufrimiento y con tan poco orgullo de sí mismos, lo que nos espera es que el más fuerte pueda golpear. Y que lo haga sin siquiera sacar las armas, sino simplemente amenazándonos y agarrándonos por el estómago para que, ya sea en forma de yuanes, de criptomonedas, o bien, bajo las nuevas realidades económicas y sociales, nos conviertan en los esclavos que ellos necesiten que seamos.
No se acabó la guerra de Ucrania. Es más, no se acabará nunca. Y es que –en el fondo y aunque ambos países, Rusia y Ucrania, tuvieran estructuras democráticas similares– es necesario recalcar que, si bien Ucrania ganó la guerra, perdió la historia.
Al final, la Alemania y la Unión Europea que salen de todo esto son lo que son: países débiles por su ausencia de valores, pero, sobre todo, por su dependencia tan brutal frente al gas ruso. Son países que no existen sin las calorías ni los energéticos rusos. En cuanto a Estados Unidos, su crisis interna se va profundizando con cada día que pasa. Los valores saltaron por los aires y ahora, repito –después de tantos fracasos internos y externos–, los estadounidenses pueden mantener políticas testimoniales y pueden hacer condenas de invasiones como la de Ucrania. Sin embargo, en la actualidad Estados Unidos de ninguna manera se puede jugar su condición como país yendo a una guerra en la que no tenga la absoluta garantía de ganar. Y es que la verdad es que el corazón de los estadounidenses ya no admite más derrotas.