La segunda vuelta
Sacar las cuentas verdaderas de esta crisis es algo que tomará mucho tiempo, sobre todo, porque no hay que olvidar el hecho de que la verdad que nos hace libres sólo la podremos descubrir cuando estamos realmente preparados para conocerla

Fotoarte de Esmeralda Ordaz
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Nunca sabremos qué suerte tuvimos al, súbitamente, descubrir que éramos mortales. Ya resulta prácticamente imposible reconstruir sobre lo que se preocupaba el mundo hace exactamente un año, cuando era completamente distinto al actual. Sin embargo, ya ha llegado la segunda vuelta. Escrito estaba en el viento y en las estrellas. Era previsible que unas vacunas que no habían podido cumplir con el tiempo mínimo de predicción para saber los posibles efectos al introducirlas en los cuerpos humanos, vinieran acompañadas de sorpresas. Pero no tenemos opción, da igual si a usted le gusta o no. No importa si usted tiene miedo o no a la vacuna, hemos llegado a un punto sin retorno. Las economías se han desmoronado. El trabajo se ha parado. Hemos sustituido los viajes internacionales por el confinamiento y, lo que es peor, por no tener los recursos para trasladarnos a otro sitio que no sea en el que actualmente residimos, y eso se ha convertido en la situación actual universal.
Sacar las cuentas verdaderas de esta crisis es algo que tomará mucho tiempo, sobre todo, porque no hay que olvidar el hecho de que la verdad que nos hace libres sólo la podremos descubrir cuando estamos realmente preparados para conocerla. Una sobredosis de verdad nos puede llegar a matar. Además, cuando esa verdad está intrínsecamente relacionada con la pregunta sobre si habrá o no un futuro a partir de aquí, es una verdad que hay que contestar de manera clara y concreta.
El Covid-19 no sólo cambió nuestras vidas, sino que también borró del mapa el planeta millennial tal y como lo conocíamos. Antes de esta crisis, ser millennial estaba definido por tener una personalidad y características particulares que estaban determinadas en función al año en el que uno había nacido y de acuerdo con el contexto socioeconómico. Sin embargo, el Covid-19 ha conseguido meterse dentro de nuestro ser, ha logrado cambiar nuestras identidades y nuestras personalidades. Uno de sus grandes logros ha sido el haber conseguido atarnos a una computadora en un autoconfinamiento y convertirnos a todos en una especie de millennials, además de haber logrado volvernos fieles seguidores de la religión Netflix.
Israel sigue siendo el pueblo elegido, sólo que, en esta ocasión –además de serlo por designio de Dios–, lo es también por Pfizer. Gracias a la vacuna, a los acuerdos, a la rapidez y a cómo se hicieron las cosas, seguramente Pfizer, su vacuna y el éxito del programa de vacunación llevado a cabo en Israel, hará que Bibi Netanyahu se consolide por quinta ocasión como primer ministro, siendo este el milagro de las vacunas. En Israel se ha tomado la decisión de abrir todo y darle la libertad de hacer lo que quieran a sus ciudadanos, eso sí, siempre y cuando se cuente con el carné de vacunado. Si usted no está vacunado, es como si fuera un judío en la Alemania de Hitler. Agradezco que aún no se realice ningún tipo de práctica de segregación social para distinguir entre vacunados y entre aquellos que no han recibido la vacuna. Con respecto a esto, existe otro ejemplo del gran poder que tienen y tendrán las vacunas en este nuevo mundo, y es que cuando uno lee que la Unión Europea permitirá el libre tránsito entre sus países, siempre que uno cuente con su carné de vacunado, la reflexión sobre el mundo en el que vivimos actualmente se convierte en un ejercicio inevitable. A partir de hoy, para poder circular el mundo, cuenta con un nuevo pasaporte que se llama: la vacuna.
En lo individual, la segunda vuelta consiste en entender las siguientes preguntas y sus respectivas respuestas, ¿podremos vivir sin la vacuna? No. ¿Nos dejarán subir a un avión si no estamos vacunados? Tampoco. ¿Los que no se quieran vacunar serán socialmente excluidos? Sí. ¿Cuáles serán las consecuencias de la vacuna? Eso es algo que aún sigue sin poder ser resuelto. En la actualidad, lo que estamos cambiando es la posibilidad de tener problemas el día de mañana a cambio de evitar la muerte hoy. Ya no tenemos opción. No seré la primera persona que se atreva a enjuiciar a quienes se dejaron pinchar para adquirir la vacuna, pero sí seré yo quien se atreva a decir que, si empezamos por separar al mundo entre los que se han vacunado y los que no, al final la selección natural será orquestada y dirigida por las vacunas. En alguna ocasión Mahatma Gandhi dijo: "Ojo por ojo y el mundo terminará ciego". ¿Esto significa que las mil o mil 500 personas que más o menos aligerarían el planeta Tierra deben morir sin vacuna? Sin duda alguna, estamos abriendo un gran debate en el que no hay respuestas para nada y para casi nadie. Lo único que es cierto es que nuestras libertades han llegado a su fin.
En la actualidad, las personas somos lo que se ordene en función de proteger nuestras vidas. Para cualquiera que tenga sueños de dictador esta es la situación perfecta para realizar cualquier barbaridad y es que, en este momento, la mentalidad de las personas no está en la defensa de sus derechos, ni siquiera en el rescate del patrimonio de sus libertades, todos nuestros recursos mentales y físicos están enfocados en evitar la muerte y en que la vacuna nos llegue a tiempo. La pandemia ha sido la prueba de lo frágil que se han convertido nuestros derechos, libertades y lo sencillo que puede hacer lo que sea "necesario" con tal de preservar la vida.
¿Y los gobernantes? Los gobernantes se dividen en dos: aquellos que ponen cara compungida y dicen que les importamos mucho y a quienes no les importa nada, ni siquiera el número de muertos que esta crisis llegue a provocar. Es más, entre más muertos, mejor. Para estos gobernantes, a los que les importa poco su pueblo, la pandemia del Covid-19 les hizo trasladarse a las imaginaciones de J.R.R. Tolkien, convirtiéndose de golpe en una representación moderna del Señor de los Anillos. Y es que, al final, la muerte y la catástrofe universal son como el anillo al dedo para consolidar su revolución. Qué ingenuos fuimos al asombrarnos ante el costo de la revolución soviética o del número de muertos a manos de los nazis. El Covid-19 ha sido un fenómeno de conversión social y colectivo que ya lo hubieran querido para sí dirigentes como Vladimir Lenin, Adolf Hitler o Iósif Stalin. Tanto matar gente, tanto quitar derechos, tanto usar policías y perseguir a los demás cuando todo lo que se tenía que hacer era quitarles a todos sus derechos en función de salvar sus vidas. ¿Se imagina lo que hubiera sido la historia si estos gobernantes hubieran tenido en sus manos una situación como la actual?
La segunda vuelta de esta época es terrible, sobre todo porque no hay duda de que lo que nos espera es por lo menos tan horroroso como lo que ya dejamos atrás. Cuando uno recibe la vacuna se le hace la advertencia de que aún es posible el contagio, sin embargo, se le da la esperanza que, a partir de ese momento, al menos ya no morirá por falta de suministro de dicha dosis. Las enfermedades crónicas que han matado al planeta durante los últimos 50 años, como son el cáncer, la diabetes u otras enfermedades, es como si mágicamente han dejado de existir o perdido su importancia. Y es que, desde que existe el Covid-19, la única muerte que importa es la causada por el virus que ha causado esta pandemia. Todas las demás muertes se consideran como efectos lógicos y colaterales de eso que se llama el oficio de vivir.
¿Cuántos muertos habrá en India? Nadie lo sabe, pero es que en realidad tampoco nadie es capaz de saber cuántos vivos hay en ese país, entonces es difícil determinar el verdadero problema de la situación. ¿Cuántas pruebas se hacen en países como México o Brasil? Qué más da, la única prueba que verdaderamente se debe de hacer en estos países es la de la fe. Si uno cree en sus líderes y en lo que ellos creen, no hay problema ni situación por la cual preocuparse.
Este es el mundo que nos tocó vivir y lo único que me consuela es que ahora, frente a la brutalidad de la situación, los gobernantes pueden salir en la televisión y cuando les preguntan si Vladimir Putin es un asesino, estos, sin ningún complejo, afirman la pregunta. Si eso es capaz de hacerlo el presidente de Estados Unidos, imagínese cómo están los equilibrios y las estabilidades universales.
Hemos entrado en la segunda vuelta y ésta está basada en los elegidos, no aquellos por Dios, sino los elegidos por Pfizer, AstraZeneca, Moderna, Sinovac o las demás farmacéuticas; los elegidos por las vacunas. No quiero ni preguntar cómo seremos los vacunados dentro de cinco años. No quiero ni preguntar qué es lo que le pasará a nuestro ADN cuando le hemos administrado una dosis que cambiará, nada menos, que nuestra esencia completa y nuestra seña de identidad. ¿Quién dijo tener miedo ante la posibilidad de una invasión por parte de los marcianos? En el fondo el coronavirus ha terminado siendo como una gigantesca invasión de alienígenas que cambiaron la condición humana. Ya nadie sabe qué somos, de dónde venimos ni hacia dónde vamos, salvo –claro está– hacia formar parte de las filas para que nos vacune. ¡Dios los bendiga!